Rose Bertin cosiendo a María Antonieta

Christian Dior se inspiró en la moda de María Antonieta para este vestido que presentó en su colección de 2007. Adaptado al momento actual y seguramente más estilizado, menos recargado de los que usaba la desgraciada reina de Francia. Las investigaciones históricas han descubierto a su costurera, a la persona que inventaba y cosía los trajes que la reina lucía, en esa aventura constante que era su vida, en ese devenir de lujo y de conflictos que la poseyó en toda su biografía. 

La costurera se llamaba Rose Bertin. Durante casi dos décadas, y con la colaboración del peluquero Léonard Autié, mademoiselle Rose creó atuendos, día a día más excéntricos, para la joven soberana, a la que siempre movía el deseo expreso de ser la mujer más bella y elegante de Francia. Hasta que la Revolución y la precipitada muerte de la reina acabaron con la relación. Antes de convertirse en la costurera de la reina, Rose vivía una existencia tranquila, sin poder predecir cuál sería su futuro profesional. Se llamaba, en realidad, Marie Jeanne, pero cambió su nombre por el de Rose, más delicado y aristocrático. Llegó a París en 1774 procedente de un pequeño pueblo francés y la reina la adoptó como su costurera favorita. Nada era lo bastante extravagante para ella. La excentricidad, el lujo, la rareza, se convirtió en el leit motiv de su forma de vestir y la costurera estuvo presta a seguir esas indicaciones, contribuyendo a ellas de modo entusiasta. 

Rose o Marie Jeanne se había trasladado a París con 16 años, para aprender el oficio que, desde siempre, la llenaba de entusiasmo: el de modista. Las lecciones más importantes las adquirió como  en la boutique Au Trait Galant en donde ejerció de aprendizaje, como era costumbre en la época, con una organización gremial de estructuras rígidas. Sin embargo, tuvieron que pasar algunos años hasta que, con 29, decidió arriesgarse y abrir su propio taller. Era una tienda pequeña situada en la rue Saint-Honoré a la que había bautizado como Au Grand Mogol. En ella ofrecía esas piezas de ropa, adornos, complementos para sombreros y tejidos, que le encantaban a las chicas y a las mujeres de cierta edad. Allí podías hallar cofias, casquetes y bonetes, velos de gasa, pañoletas de encaje y batista, guantes bordados, sedas y muselinas… 

En el estilo de Rose hubo dos etapas muy diferenciadas. En la primera de ellas, primaba lo estrafalario, de forma que la reina lucía las ropas más costosas, extrañas, cambiantes y llamativas que se pueda uno imaginar. Los aditamentos propios de la moda femenina del rococó se mantuvieron y exageraron, como el corsé, por ejemplo, incomodísimo, o el tontillo. Vestidos de gran volumen, sombreros aparatosos, zapatos de punta superfina que dificultaban la postura de los dedos. Gasas, tules, encajes, sedas...todo de grandísima calidad y muy caros, de forma que comenzaron las protestas por el excesivo gasto que la reina hacía en su persona. 

En un momento dado, el estilo cambió y Rose decidió hacer un viraje en su forma de diseñar y concebir la ropa de la reina. Es lo que se conoce como estilo Trianon. En lugar de pesados brocados, vaporosa muselina; en vez de ceñidas ballenas y tontillos, cintas flojas y pañoletas; y los peinados pomposos se cambiaron por juveniles bucles y sinuosos sombreros de paja à la Gainsborough. Todo en delicados tonos pastel, azul celeste, rosa empolvado y cheveu de la reine, un dorado suave que se supone reflejaba el color del cabello de la soberana, reemplazando las oscuras tonalidades del Antiguo Régimen. 

La revolución la envió al exilio en 1793 y su reina murió en la guillotina, como ya sabemos. Cuando la modista volvió a Francia, dos años después, las cosas ya no eran iguales y su vida transcurrió en un tono mucho más modesto. Se dice que, hasta su muerte, conservó el afecto por la reina y que, sabedora de su final, la lloró amargamente. 


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