Rouge



Mi fondo de armario en el maquillaje es la pintura de labios. Cualquier atuendo, por muy atinado que sea, sin unos labios pintados, no tiene sentido para mí. Tengo que llevarlos pintados en todo momento y ocasión. Mucho más para salir a la calle. Eso es lo que da a la cara la vida que hace atractiva una sonrisa. 

Las modas en la pintura de labios han cambiado a lo largo del tiempo. Pero es una costumbre muy antigua, que se ha ido perfeccionando al hilo de los nuevos productos, cada vez más conseguidos y saludables. En las culturas antiguas había productos que se utilizaban para dar esa sensación de color a los labios y, desde luego, ahora mismo es un complemento indispensable. 

Hay una cuestión erótica, además, en el hecho de pintarse los labios. Señala el lugar del beso, ese espacio visual del rostro en el que se concentran determinadas acciones amatorias. Los estilistas opinan que, si se resaltan los labios, no debe abusarse del maquillaje de ojos. Pero, como en todo, cada una de nosotras debe conocerse a sí misma lo suficiente como para tener claro qué le interesa resaltar. Al fin y al cabo, pintarse los labios es anunciar que esa parte de nosotros está ahí, visible, al alcance de todas las miradas. 

En los colores existe una amplísima gama de gustos. Es importante saber qué color o colores son los que te sientan bien y eso depende del color de la piel y del cabello, de la forma de los labios y de la manera de gesticular que tienes. Porque esa es otra. Rostros bellos no lo parecen tanto a la hora de articular las palabras y expresarse. Determinados gestos afean terriblemente la expresión. Ser guapa es, cada vez más, cuidar lo que se dice y cómo se dice. La expresión elegante, natural, es un aditamento de la belleza. 

Naranjas, tierras, ocres, brillos, mates, rojos, rosas, un larguísimo camino existe entre tú y los labiales. En mi caso tengo claro lo que me sienta bien. Rosas y rojos. Lo demás, mejor abstenerse. Mates sí, brillos no. 

En torno al lápiz de labios hay anécdotas. La última me ocurrió hace unos días. Tomaba yo una copa con un amigo que me encanta y al que quiero encantar aunque no lo consigo (es un hueso duro de roer), cuando, en un momento dado, caí en la cuenta de que, al beber, los labios se habían desdibujado, aunque no demasiado, porque era una labial de primera, sin ser de esos permanentes horrorosos. Saqué mi lápiz de labios y mi espejito chic y me di un repasito. El lápiz de labios es de Yves Saint Laurent y va en un estuche dorado para comérselo. Mi amigo me espetó: Hacer eso ya no se lleva, queda fatal pintarse los labios en medio de un bar (era un gastrobar tipo pijo). Confieso que me quedé cortadísima. Mi gozo en un pozo. Yo queriendo gustarle y el cenutrio criticando que me pintara en público. Esta reacción me podía haber producido una importante bajada de autoestima, si no fuera porque mi autoestima no depende, desde hace tiempo, de lo que digan otros. Bastante claro tengo que, de ser así, estaría por los suelos. Mejor que tenga que ver con sentirte bien contigo misma, si no por guapa, sí por ganas de vivir. 

No es la única anécdota, desde luego, pero sí la más reciente. Hay otra más antigua. Comenzando a salir con mi primer novio (un tipo guapísimo, de pelo oscuro y ojos verdes, verdes), tuvo una curiosa reacción la primera vez que nos besamos. Me dijo, creo recordar algo así como "pues sí, tiene un color bonito pero, además, está rico". Se refería, desde luego, al lápiz de labios que yo entonces usaba, que debía ser barato porque ¿quién necesita mejunjes caros a los diecinueve años?

Ahora, mi look favorito, es llevar la cara bien limpia con mi limpiadora y mi tónica de Sisley, luego una ampollita hidratante y vitamínica de proteoglicanos Martiderm, para, a continuación, colocarme la crema antisolar protección 50. Después de eso, una simple rayita azul en los ojos, poca cosa y mi súper barra roja o rosa fucsia. Si te colocas luego tus Rayban doradas y llevas el pelo muy limpio, peinado liso o con tu onda natural, entonces puedes comerte el mundo. Incluso pueden comerte a ti, si es que hay suerte y no topas con un tipo tan sumamente snob como el del gastrobar pijo. 


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