Arréglate el pelo


Las peluqueras son seres excepcionales. Son, a la vez, psicólogas, filósofas e historiadoras. Además de peluqueras, claro. Si tienes un problema y vas a que te aclaren el pelo, ellas lograrán que les cuentes todos los pormenores de tus aflicciones y te darán sabios consejos. Es más, puede plantearse una interesante mesa redonda sobre la cuestión entre clientas y estilistas. El no va más del sofá del psiquiatra y mucho más guay y entretenido. 

La filosofía de la vida de las peluqueras es fundamental para seguir en este mundo tan complicado. Porque están acostumbradas a oírlo todo y así han logrado obtener un buen saquito de principios, normas e ideas, que repiten según vaya siendo conveniente, siempre con amor y dedicación. Es una filosofía participativa, democrática, que se nutre del día a día y que se va engrosando con nuevas adquisiciones de gran interés al albur de los acontecimientos. Una peluquera filósofa es lo más entre el gremio. 

Por último, la historia es su fuerte. Conocen el devenir de todas sus clientes y lo ponen en relación con lo que ocurre en el mundo mundial. Son periodistas de guerra, cronistas de sucesos y tertulianas del corazón. La historia que manejan está de plena actualidad y te ayudan a pasar el rato mientras ellas manipulan tu cabeza con la excusa de que te dan un masaje. 

Además de estas cualidades inherentes a toda buen peluquera, luego están las diferencias. Las hay que se ponen a la cabeza de la manifestación y ensayan contigo las nuevas modas, incluso ese peinado tipo palmera que dejó la cabeza de mi amiga Soledad hecha un cristo. Las hay más conservadoras, que respetan al máximo la idiosincrasia de la clienta y hasta se ponen en su lugar. Saben que no saldrían a la calle con un esperpento semejante. A todas las une, sin embargo, el amor por la tijera. Cortar es lo que mejor se les da y lo que más les gusta. Ante cualquier eventualidad ellas aplican la máxima de "cortar por lo sano". 

En estas fechas de agosto hay que pasar sí o sí por la peluquería. El verano es muy bonito, sí, precioso, pero te deja el pelo hecho unos zorros. La playa, la sal, el sol, el son y la piscina, incluso las de cloración salina, logran que tus puntas se abran, que tu color se desdibuje y que el brillo se vaya a la mierda. Bien. No te preocupes. Es en estos casos cuando el comando peluquera tiene su mayor importancia. Vas a la peluquería y consiguen convertirte, de pronto, después de unas horitas de atención, productos y deliciosa charla, en alguien diferente, con ganas de salir a comerte el mundo. Y puede que te lo comas. El mundo, digo. 

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