El encanto

La foto de Pier Angeli, actriz, ilustra este post en el que me he dispuesto a hablar del encanto. Esa cualidad de algunas personas que es una puerta directa a la atracción. Un pasaporte al interés y al conocimiento. Un lujo. Una fuerza única para establecer lazos con las personas. Tener encanto es algo que no se puede impostar, que no se maquilla, que no se inventa, que no se finge. Se tiene o no se tiene. Y es algo innato, algo que nace con uno y que no puedes ocultar. Hay cualidades que la timidez o el miedo, o la desgana, o la tristeza, o la soledad, o la desesperanza, pueden echar atrás. Pueden hacer desaparecer, incluso. Hay otras que se van con el paso de los años, o que no aparecen hasta determinados momentos de la vida, o que son espejismos, o que se construyen con inevitable esfuerzo, o que son difíciles de captar a la primera o que se ocultan con facilidad si así lo quieres. Todo eso puede ocurrir en ese difícil trasiego que es mostrar al mundo exterior lo que eres y cómo eres. Pero el encanto es una cualidad que traspasa las personas, que brilla con fuerza aunque no quieras, que todos intuyen o adivinan o captan sin advertirlo a veces. 
El encanto es algo que tiene que ver con tu forma de ser y con tu manera de estar. Hay quien lo confunde con la manipulación que producen algunas personalidades duchas en dominar a los que están al lado, en someterlos a sus designios. Pero no es cierto. El encanto es siempre algo positivo, algo alegre, vivaz, abierto, libre y lleno de posibilidades. Es una virtud, no un defecto. Y no depende de que seas rico, pobre, listo o torpe, sino de algo más íntimo, de una especie de calidad personal, de una armonía, de una música interior que no se escucha salvo cuando entras en contacto directo con esa persona. El encanto es también bondad y, desde luego, belleza. La verdadera belleza, la belleza que no se termina con el paso del tiempo y que te enamora sin reservas. 

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