Te noto rara


Más o menos cuatro horas ha costado que esas maravillosas ondas se asienten, que ese color brillante y rojizo se acomode al contorno de la cabeza, que el matizador haya aportado una textura suave y limpia al cabello, que el movimiento del pelo se acompase sin que parezca rígido....Más o menos cuatro horas. El papel de plata, el peine, el secador, el iluminador, el tinte, las transparencias, la ampolla de fijación, el matiz vegetal, la mascarilla, la leche suavizante, el cepillo....Artilugios de todo tipo de han concitado en ese espacio de tiempo para que las manos de la estilista y de su ayudante de campo puedan hacer el milagro de convertirte en una mujer moderna, con un color de pelo que se adapta a tu piel perfectamente y con un aire transgresor al tiempo que sencillo. Ay, exclamas cuando sales del salón de belleza, antes peluquería. Ay, qué bien me siento. Me parece que a él va a gustarle. Le va a encantar verme de esta guisa. Y, aunque he sufrido lo mío con todos estos potingues y aparatos, va a merecer la pena. Porque me verá hermosísima y me dirá: Cariño, cómo estás de guapa, qué delicioso verte con ese nuevo look, qué bien te sienta. Y añadirá, con un tono de voz irresistible: No hay nadie como tú, nunca he visto una mujer a quien se le note tanto y tan bien cuando se hace algún pequeño retoque de color en el pelo. O cuando te peinas de modo diferente. Estás preciosa. 


Bueno, no ha sido exactamente así. Verás. Él te ha mirado, claro, no podía ser de otra forma. Te has paseado delante de su cara una y otra vez. Le has sonreído voluptuosamente y hasta le has preguntado: ¿Qué tal, cómo me ves? No es fácil para ti hacerle esta pregunta. En realidad, casi nunca lo haces. Porque a él no le gusta demasiado que lo presionen. Sí. Esa es la palabra que usa. Presionar. Dice que, si le planteas que debe fijarse en ti y debe piropearte, pues ya no le sale natural. Y que no le gusta que le indiquen qué tiene que sentir ni qué tiene que opinar. Las mujeres, afirma, son así. Seres indecisos, que necesitan que les reafirmen su yo y su ego. Para eso están los hombres, añade. Y, claro, los hombres no siempre estamos dispuestos a convertirnos en las marionetas afirmadoras de la belleza femenina. No. porque tenemos nuestro propio criterio que no siempre coincide con el de ellas. Normalmente no coincide, vamos. Así que prefiero, expone, que no me preguntes qué pienso cuando estrenas algo o cuando cambias de peinado, porque, la verdad, me desconcierto y no sé nunca qué decir. 


Lo entiendes, claro que lo entiendes. Eres tan comprensiva que lo entiendes todo. Y te sientes mal contigo misma. Te dices: joder, claro, cómo soy tan pesada a veces, cómo le atosigo de esa forma. Piropear debe ser algo natural, algo espontáneo y yo lo obligo a que me diga que estoy guapa. Eso le quita la gracia a todo. Así que debo callarme, ser menos expansiva, más discreta. Sí, la discreción es el mayor adorno de las mujeres. Lo decía mi madre ¿o era mi abuela? En todo caso, lo dicen mucho en las películas del siglo XIX. Sí, en esas películas siempre aparece alguna joven demasiado atrevida que termina mal y por eso todas las madres y las abuelas advierten que hay que ser modosita y no fiarse de los hombres. Aunque, claro está, tampoco se puede rechazar un buen matrimonio, sea el tipo como sea. En realidad antes la gente se casaba y no se conocía. Ahora se conoce uno demasiado y las esperanzas se suelen venir abajo con rapidez. Vaya, piensa, estoy dándole demasiadas vueltas a un tema que no lo merece. Otro problema femenino, pensar más de la cuenta. 


La próxima vez que me haga un cambio de imagen procuraré no esperar que él se fije con detalle, más bien lo suyo es no darle importancia, pasar desapercibida, no vaya a ser que ocurra como la última vez, o la penúltima, ya no lo recuerdo. Después del suplicio de las cuatro horas, llegué a casa, sigue pensando nuestra amiga, y él me miró con cara de sorpresa y me dijo esta frase:

"Te noto rara". 

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