Quiero ser Lizzie Bennet


Tengas el rostro que tengas, quiero ser como tú. Quiero ser Lizzie Bennet. No quiero ser una mujer que necesite a un hombre, sino la mujer que un hombre necesita. No quiero estar sujeta a convencionalismos, ni juzgarme a mí misma demasiado severamente. No quiero avergonzarme de mi familia, sino aceptar el destino y lo que me ha deparado. No quiero esperar en falso, sino ser capaz de disfrutar de cada instante. Porque mientras esperas algo mejor, la vida pasa. 


Lizzie Bennet no es un dechado de perfecciones. Es una persona normal. Algunas de sus cualidades son atractivas: su sonrisa, su ingenio, su ironía, su alegría de vivir, sus ojos vivarachos, sus ganas de disfrutar, su costumbre de reírse de sí misma...Tiene algunos defectos importantes, como esa propensión a juzgar demasiado a la ligera y de guiarse de su intuición más que de los hechos probados. Todos tenemos defectos. Ella también. 


Lizzie Bennet es una mujer sensata. Cuando se enamora lo hace a la vez con la cabeza y el corazón. No busca el amor, sino que lo encuentra. E, incluso, se equivoca la primera vez y confunde sus sentimientos por el atractivo y tramposo Whickam. No era este el hombre que ella pensaba pero, antes de eso, acepta con deportividad que él prefiera a una chica fea y pecosa con una renta de tres mil libras al año. Así son las cosas y así ella considera que han de actuar los hombres sensatos sin un penique. 
Cuando conoce a Darcy no siente nada especial, porque, además, él la rechazará con contumacia. Precisamente porque advierte el peligro que supone una mujer inteligente que no se deja deslumbrar por su renta, su posición o su belleza. Más tarde, Lizzie rechazará la declaración de amor de Darcy, primero, porque lo considera un hombre indigno que ha faltado a la palabra de su padre respecto a Whickam y segundo porque cree que ha hecho daño a su hermana impidiendo su unión con Bingley. 

Pero en este rechazo también hay mucho de orgullo, el mismo que ella achaca y con razón a Darcy: el orgullo estriba en rechazar a un hombre porque no actúa como ella considera que merece, porque ella es la hija de un caballero y él un caballero, luego, afirma Lizzie, están en pie de igualdad. Esa conciencia de sí misma, a pesar de que no tiene un penique, es lo que más me gusta de Lizzie, por eso quiero ser como ella. 

Quiero ser como ella porque es capaz de ser discreta, sin ser oscura. Porque el amor a su familia no impide que vea sus defectos. Porque acepta con naturalidad y sin dramatismos el hecho de que la conducta de Lidia hará que pierda para siempre el afecto y el respeto de Darcy. Porque le gusta andar, pasear, perderse en los parques del hermoso entorno de Pemberley. Porque es afable, afectuosa y comprensiva con la juventud y la timidez de Georgina, la hermana de Darcy. Porque es firme, resuelta y nada servil al tratar con Lady Catherine de Bourgh, con toda su alcurnia y su altanería. 

Quiero ser como Lizzie porque es capaz de rectificar cuando ve que se ha equivocado. Porque no le duelen prendas cambiar de opinión y pedirle disculpas a Darcy. Porque hace bromas con él cuando todos los demás le tienen miedo. Porque, a pesar de que sabe con certeza que las hermanas Bingley la odian y la envidian, ella no reacciona con villanía ni con afán de venganza, sino con una perfecta educación aunque sin miedo a sus añagazas y sus trucos de mujeres despechadas. 

Quiero ser como Lizzie porque tiene claro cómo es, quién es, de dónde viene y de qué manera disfrutar de la vida. Porque consigue caernos bien a todos los lectores de "Orgullo y Prejuicio" sin hacer alharacas. Porque, al final, enamora siendo ella misma al hombre que cualquiera soñaría para sí: Darcy, el caballero, el hombre que abandonará su orgullo para entregarle su corazón sin reservas, el hombre que pasará de ser reticente a estar entregado, el hombre que comenzará rechazándola en un baile para acabar loco por la mirada de sus ojos castaños. 
Definitivamente, quiero ser Lizzie Bennet. Mucho más que cualquier otra cosa en el mundo. 
Y aunque en estas imágenes tiene el rostro de Jennifer Ehle en 1995, podría ser cualquiera de nosotras, porque no es la perfección de sus rasgos ni su belleza exterior lo que importa, sino la forma de enfrentarse a la vida, de disfrutar de ella sin aspavientos y de sentir hasta el fondo tanto lo bueno como lo malo. La intensidad de Lizzie, no exenta de una serena perspectiva de que todo en la vida pasa, eso es lo que admiro en ella. Quiero ser Lizzie Bennet, ya lo he dicho. 

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