Sonrisas y lágrimas


Un día ella se habló a sí misma: Créeme, estoy cansada de tus lágrimas. Cada vez que lloras noto que es más difícil recuperar la risa. Y sin ella no puedo vivir. Tus lágrimas son un peso que no se alivia con nada y me cuesta convivir con ellas. 

Se lo dijo a sí misma pero era como si una voz le llegara de algún sitio innombrado, de algún espacio interior desconocido. El mensaje era tan nítido que no parecía posible dejarlo de lado. Las lágrimas cansan, pensó. Si me cansan a mí, si esta voz interior me lo está recordando, es que cansan a todos y, además, son inservibles. Unas cuántas lágrimas al principio de todo, quizá. Pero esa sensación de humedad en los ojos que te sigue continuamente como si fueras una fuente que no dejara de manar, esa sensación es absurda. 

Ese día quiso recuperar aquello que había cultivado con esmero durante mucho tiempo. Aquello que había florecido casi sin darse cuenta. Una seña de sus identidades varias. Ella es muchas mujeres y una de esas mujeres, quizá la más fresca, potente y deseada, era la de la risa. La mujer que sonríe, que ríe y que disfruta. De manera que, al hilo de su voz, de ella misma, sin que nadie tuviera que escribirle un guión, consigo misma, como siempre antes, ella tuvo claro que llorar era una forma de vivir en el pasado y de no entender el presente. Que llorar era temer al futuro. Y por eso adoptó la manera risueña de afrontar la vida que siempre había tenido de la mano. 


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