Zapatismos...


Podría escribirse un libro de relatos con todas las aventuras que las mujeres vivimos a cuenta de los zapatos, sobre todo de unos zapatos inadecuados para el momento....Esa coquetería que nos impulsa a calzar lo bonito y no lo cómodo...Esa necesidad de que el zapato complemente adecuadamente nuestro look o que nos haga más altas o más esbeltas o más...

Los detractores del uso del zapato como una forma de presumir, los que afirman lo malo que es para la columna el uso del tacón alto, los que defienden a ultranza la comodidad sin más...no van a estar de acuerdo para nada en mi idea de que los zapatos pueden llegar a ser, sin dudarlo, un elemento de primer orden a la hora de componer el estilo. 

A mí me ha ocurrido de todo. En una ocasión, llevando un maravilloso vestido color lavanda, usé unos zapatos de tacón en color visón y me enganché uno de ellos en una alcantarilla, de manera que se rompió el tacón y todo mi contoneo se convirtió en el andar con cojera de alguien que no sabía donde meterse...Ni que decir tiene que aquello rompió el hechizo de la noche. Otra vez usaba unas sandalias de plataforma de doce centímetros y había una pista de baile algo azarosa, así que, en mis acentuadas contorsiones de chica rockera, di con las rodillas en el suelo, como si tuviera doce años y hubiera que ponerme mercromina. El chico, en esa ocasión, tampoco estuvo a la altura de las circunstancias, más bien a la altura del betún.

Un día llevaba unas botas altas de ante, negras y con una cremallera que la ajustaba mucho a la pierna. Empezó a picarme la pierna en un momento de casi intimidad en un pub, con tal intensidad que no pude por menos de descorrer un poco la cremallera para aliviar el dichoso picor. Pero, ay, la cosa fue a peor porque ya sabemos lo que ocurre en estos casos y la cremallera se sintió ofendida ante la vehemencia que yo demostraba contestando con su empecinamiento en subir o en bajar. Romanticismo a freír espárragos, ya digo. 

Sandalias de tiras finas que se rompen en un determinado momento. Zapatos de cordones que se enredan. Salones que resultan demasiado finos y te dejan la planta del pie hecha unos zorros. Hormas estrechas que te oprimen y te hacen llorar. Tiritas en los zapatos nuevos. Botas de Valverde a las que había que domesticar a fuerza de voluntad impertérrita. Todo eso y más puedo anotarlo en mis vivencias zapateriles. Aunque, claro, también hay grandiosos aciertos....que no desvelaré por no despertar la envidia de mis congéneres....

La última novedad en zapatismos es ir a andar kilómetros con un wonders de charol y tacón de siete centímetros. Qué queréis...encima lloviendo. Un contradiós que impide observar la radiante donosura con la que muevo todo al volante de mis zapatillas rosas de running. 

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