La lista de los deseos


Entras en una de esas páginas web que venden libros y películas y aparece una llamada para que escribas la lista de tus deseos. Entonces pienso en mi propia lista, la que tengo siempre en la cabeza. Es una lista cuya cúspide siempre ocupa el deseo más deseado, lo lógico, lo que todos queremos tener para poder sobrevivir. Y vivir, claro está. Luego están otros deseos que tienen que ver con tu familia, ya sabes. Y, en un rinconcito de esos deseos, hay un deseo inconfesable. Un deseo que te da un poco de vergüenza pedir. Porque a mí me enseñaron que no se debe pedir nada más que lo imprescindible. Y el amor no debe serlo porque, si lo fuera, las estadísticas de pobreza serían mucho más dramáticas. 

Así que ese deseo oculto, insatisfecho, ese deseo innombrable, ese deseo que se esconde hasta a los santos a los que rezas, es una especie de fantasma, algo que te ronda, pero que no ve la luz; algo que existe solo para ti. Solo para sus ojos como rezan los papeles de los espías. Como decía Bond, James Bond. Ese deseo, ay, lo he pedido en los últimos tiempos todos los días varias veces. Mañana, tarde, noche y madrugada, como suena la copla. Pero no se ha cumplido. Y ya no va a cumplirse. Es más. Ya no voy a pedirlo más. Porque se ha revelado un deseo basado en una premisa falsa. Yo no soy filósofa pero casi. Y la intuición me dice que Sócrates me aconsejaría mandar ese deseo al fondo del mar, en una botella, dentro de un mensaje en el que, en lugar de aparecer "Te quiero", diga "Adiós". 

Siempre hago caso a los que saben más que yo. Y no me gusta hacer el ridículo, sobre todo si no me dan un Oscar o un Planeta. 

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