Si lo tienes claro... ¿por qué no lo haces?


(Joven dibujando. Pintura. 1801. Marie-Denise Villers)

Este blog, habitualmente tan frívolo (la frivolidad es una cosa seria), se reviste de trascendencia para tratar un tema que me preocupa. Y esa preocupación creo que es compartida por otras personas, hombres y mujeres. Quisiera separarla de la moda de hablar de los asuntos emocionales desde el prisma de la autoayuda, el coaching y toda esa sarta de idioteces que únicamente sirve para adormecer los sentidos. Pero hay una realidad que existe y que aparece en nuestras vidas y que forma parte de nuestra evolución como personas. 

¿A qué me refiero? ¿A qué se refiere el título de esta entrada? Pues a todas esas relaciones que no te convienen, que no te aportan nada, o que te aportan sinsabores, disgustos, tristezas e, incluso, somatizaciones. No se trata de creer que en la vida nuestra socialización está siempre presidida por el placer, la bondad o la empatía. No. Pero tampoco es de recibo pasarlo mal a sabiendas. A ver. Hay tontos con carnet, gente mala, imbéciles de tomo y lomo, cursis de tres al cuarto, y, en definitiva, personas de las que es mejor pasar. Incluso aunque no lleven mala intención. Te fastidian y punto. Ese fastidio es mayor si tú tienes sentimientos positivos que, continuamente, se ven contrariados.

Esto no se puede confundir con el desamor. No. Eso es otra cosa. Si quieres a alguien y ese alguien no te corresponde, se puede gestionar bien por ambas partes. Con honradez y con generosidad. Con comprensión y respeto. Sin mochilas, pero sin juegos malabares. Limpiamente. No. Hablo de otro tipo de relaciones, que ahora llaman tóxicas y que toda la vida han sido inconvenientes. Gente con la que no merece la pena tener complicidad porque se volverá contra ti. 

¿Por qué no somos capaces de dejar atrás aquello que no nos está proporcionando nada más que desventuras? ¿O molestias, para no ser tan exagerados? Esa es una pregunta difícil. La psicología tiene mucho que decir. Y el sentido común. Para no sentirnos solos o más solos. Porque no sabemos hacerlo. Porque tenemos miedo. Porque no nos terminados de convencer de lo mal que nos sienta. Porque no queremos herir a nadie, aun a costa de que nos hieran a nosotros. Porque se establecen dependencias emocionales difíciles de evitar. Hay muchos motivos. Y una verdad sobre todas: nuestra educación sentimental es muy deficiente, yo diría, inexistente. Así no hay modo. 

Deberíamos aprender a entendernos mejor, a distinguir nuestros sentimientos, a hacer buen uso de ellos, a no malgastarlos, a no fingir, disimular o actuar. Deberíamos aprender a defendernos cuando nos intentan convertir en culpables, cuando nos lastiman y cuando nos tratan de una forma no adecuada. No es fácil, ya lo sabemos, pero es una educación tan precisa como la cultural, la científica o la humanística. Y mucho más necesaria y útil. Tanto, que resulta increíble como podemos pasarnos sin ella. La única que tenemos proviene de nuestra experiencia, de la de los amigos o familiares cercanos que pueden transmitirla, pero nunca de un conocimiento sereno y seguro de uno mismo. De una mirada firme y verdadera a la realidad. Ah, la mirada. El secreto de todo lo que se percibe. Cuánto depende de que sea la correcta y de que nos fiemos de ella. 

Algunas palabras son fundamentales: autoconcepto, autocontrol, autoestima. Saber cómo somos, sin falsas expectativas y sin condenas a priori; sin exigirnos más de lo que podemos y sin criticarnos continuamente. Saber gestionar nuestra emoción, nuestros sentimientos, pensamientos y conductas. Saber que tenemos capacidades y talentos para aportar a la sociedad y a nosotros mismos. No dejarnos hundir porque alguien no nos quiera o no nos proteja. Reconocer la manipulación, huir de las dependencias hacia otros o de otros a nosotros mismos. Cuidarnos. Cuidarnos. Somos nuestro más preciado tesoro. Es difícil. Pero deberíamos poder hacerlo. Deberíamos. 

Quizá al escapar advirtamos un enorme dolor. Quizá echemos de menos muchas cosas, porque no seremos capaces nada más que de notar el vacío. Pero el tiempo irá pasando y entonces la serenidad y la paz sustituirán a la zozobra. Y el vacío se llenará de cosas positivas. Y no tendremos miedo. Ni nos sentiremos miserables ni inseguros. Y nos perdonaremos a nosotros mismos. Y dejaremos de sentir el alma atenazada. Y avanzaremos. Y entonces será el momento de ser libres. Ser libres es hacer lo que hay que hacer cuando se tiene claro. ¿Por qué no lo haces? 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares