¿Belleza o inteligencia?


Jane Austen prefería las personas agradables y distinguidas a las simplemente guapas. Una chica podía ser guapa y, al mismo tiempo, no saber sentarse, carecer de ingenio o tener en la cabeza más pájaros de la cuenta. En Orgullo y prejuicio Lydia Bennet es el ejemplo de la belleza hueca. Creo que Austen entendía que ser guapa era un atributo natural y, en cambio, ser agradable o distinguida tenía más que ver con una actitud, con la voluntad. De ser así, eso sería un gran activo para todos. 

En sus novelas no suele hacer descripciones físicas de los personajes, más allá de algunas pinceladas. Sabemos que Elizabeth Bennet tenía la expresión ingeniosa y unos ojos interesantes. O que Marianne Dashwood poseía una bonita voz cuando recitaba a Shakespeare. Y que Jane Fairfax tenía una figura elegante y una piel sedosa. Solamente con Emma hace una excepción, pues comienza definiéndola: “Emma Woodhouse, guapa, inteligente, rica, risueña por naturaleza y con una casa magnífica, parecía reunir algunas de las mayores bendiciones de la existencia; y llevaba vividos en este mundo casi veintiún años sin que casi nada la afligiera o fastidiara”

La belleza es únicamente un pequeño aditamento a la hora de considerar a la “mujer completa”. Hay una conversación en Orgullo y prejuicio, concretamente en Netherfield, entre los hermanos Bingley y el señor Darcy, durante la cual se dilucida qué tiene que tener una mujer para ser considerada así. Habla Caroline Bingley: “Una mujer ha de tener un conocimiento completo de la música, del canto, del dibujo, del baile y de los idiomas modernos…y junto a todo eso ha de poseer un algo indefinible en el semblante y en la manera de andar; así como en el tono de la voz, la elocución y la manera de expresarse, porque, de lo contrario, sólo merecerá a medias este elogio”. A lo que añade el señor Darcy: “Ha de poseer todo esto y aún algo más sustancial, mediante el perfeccionamiento de su inteligencia gracias a unas lecturas muy extensas”. 

Por supuesto que Elizabeth Bennet afirma de inmediato que no conoce a nadie así, es más, que le extrañaría que hubiera alguien en todo el mundo. Eso le traerá la crítica a sus espaldas de Caroline y la admiración de Darcy, acostumbrado a que todo el mundo le siga la corriente. Pero ella siempre se deja guiar por su propio criterio y no muestra ningún signo de seguidismo hacia él, por mucho que tenga diez mil libras de renta al año. 


Parece que Jane Austen no cree en esa dicotomía belleza-inteligencia. Y que la cuestión la resuelve con su famoso sentido común. El que le dicta que existen conceptos superiores, como el ser agradable en lo que se refiere a la componenda física y el que abomina de los loros parlantes sin sentido (como el señor Collins o la señorita Mary Bennet), prefiriendo sin duda una inteligencia reposada, sin ostentación y, sobre todo, lo que ella define repetidamente como “ingenio”. 

Comentarios

Entradas populares