Relaciones tóxicas: narcisistas versus altas capacidades


(Marilyn Monroe y Eli Wallach fotografiados por Inge Morath en 1960, set de rodaje de The Misfits) 

Parece mentira pero la psicología reconoce la mutua atracción que se produce entre un perverso narcisista y una persona de altas capacidades intelectuales. Sea en relaciones de amistad, amorosas o familiares, esa cuestión suscita no poco dolor y no pocos interrogantes. Todos, por supuesto, del lado del inteligente, porque los narcisistas tienen una permisividad consigo mismos que les libra del análisis de conciencia. 

Desde hace algún tiempo se está escribiendo mucho acerca de la personalidad de los perversos narcisistas, un grado de narcisismo sumo que hace mucho daño o puede hacerlo. Para lograrlo necesita una víctima adecuada y, aunque te parezca raro, las mejores víctimas para este tipo de personas (hombres o mujeres, da igual) son las más brillantes, las personas más lúcidas, luminosas y llenas de cualidades intelectuales. El motivo de esta extraña asociación tiene que ver con la forma de ser y de percibir el mundo de ambos tipos de individuos. 

Las altas capacidades llevan consigo un alto nivel de empatía y una hipersensibilidad, además de habilidades y destrezas creativas y cognitivas que están muy por encima de la media. Todo ello genera personas muy especiales, que, desde pequeños, sin ser siquiera conscientes del motivo, se sienten extraños en el mundo en que viven. Algunos recurren a la simulación, a un grado de adaptación elevado para poder sobrevivir sin ser considerados "raros", pero la mayoría sucumbe ante el medio. Ven las cosas de otra manera y son distintos. Así los percibe la gente y ellos mismos llegan a sentirse culpables de esa diferencia. No suelen saber el motivo de ese desasosiego pero desarrollan una alta permisividad hacia otras conductas "extrañas". Y es ahí donde entra en juego el perverso narcisista. 

Los narcisistas son personas vacías, incompletas, que requieren de alguien que los alimente y estimule, que les dé sentido en su existencia. Chupan la energía vital, atrapan la luz y se nutren del sufrimiento ajeno. Mientras que los brillantes piensan más en los demás que en sí mismos, los narcisistas solo tienen un eje: su propia vida. Mientras que los muy inteligentes se ponen en lugar del otro y empatizan con sus problemáticas, los narcisistas dan vueltas en torno a su pensamiento, al que entronizan como el único cierto e importante. 

El problema del narcisista no está solo en que se adora a sí mismo sino en que es incapaz de querer a nadie más. El problema de la persona sobredotada es que su excesiva autocrítica, su complejo de culpa ante todas las cosas y su hipersensibilidad ante los otros, lo convierten en una presa fácil para este tipo de individuos manipuladores y sin alma. Porque los narcisistas no tienen alma. Por eso juegan con la víctima y lo condenan a una existencia llena de preguntas sin respuestas, a un vacío como el que ellos sienten, robándoles lo que tienen en su interior y haciendo que duden de sí mismos hasta la extenuación. Son depredadores emocionales. 

En muchas relaciones abusivas existe esta dicotomía de individuos. Son relaciones desequilibradas en las que un narcisista ha buscado a alguien que lo llene de aquello que carece. Es un cazador nato y necesita tener en su vida a una de esas personas emocionalmente atractivas, intensas, que buscan, a su vez, emociones grandes, para superar su inseguridad y para ser aprobados por alguien que los entienda. Porque la gente muy brillante se siente poco entendida y poco integrada en el mundo desde la infancia, ya que se encuentra fuera de lo que son los intereses normales y las actividades normales en las diferentes edades de crecimiento. Muchos de ellos recurrirán a los entretenimientos solitarios que proporcionan la lectura y la escritura, por ejemplo, pero siempre necesitarán que alguien les escuche y comprenda. La falsa ilusión de que un narcisista, en su juego de conquista, es capaz de ello, les conducirá directamente al desastre. A la dependencia emocional. 

La cosa suele comenzar con un período de seducción en el que el manipulador lleva la voz cantante. Una vez la otra persona ha caído en esa tela de araña, comenzarán a ocurrir cosas raras. Engaños, mentiras, ocultaciones, luz de gas...pero entonces el proceso mental del inteligente no le llevará a escapar raudo de allí sino a intentar integrar en su mente y entender qué es lo que está ocurriendo y por qué. Cuando comienzan las preguntas entonces la segunda fase se pone en marcha. Es la fase del sufrimiento intenso. Por qué hace esto, por qué dice aquello, por qué...En ese proceso de indagación que se llena de interrogantes, la persona inteligente quiere dar sentido a ese sufrimiento, quiere explicarse, pero, sencillamente, no puede y tendrá que concluir que el otro es un ser vacío para el que nada tiene sentido y que falsea la realidad. A cualquiera se le enciende la alarma cuando está enfrente de esas falsedades pero el brillante tiene mucho más aguante que cualquiera, precisamente porque su mirada es más amplia, más diferente, porque su brillantez le hace entender casi todo. Y esa es la gran trampa. Normalizar lo que no lo es. No poner líneas rojas. Dejarse caer en la pendiente de la duda continua y de la culpabilidad. En el fondo, no hay nada. 

Si tienes algún amigo o amiga que está en uno de estos procesos de dependencia dile que corra, que huya, que no mire atrás, que no se pregunte nada, que se marche sin preguntar y sin responder, que escape cuanto antes. No existe otro remedio. Nunca hay solución. Nunca existe respuesta. 

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