Megxit


La monarquía británica es adorable. No se distingue bien en ella si es realidad o fantasía. Cualquiera de sus historias colaterales daría para una serie de la BBC. Y, periódicamente, se incorporan a ella nuevos personajes que le dan aliciente a la vida cotidiana. No es, para nada, una institución antigua u obsoleta, sino, al contrario, un mundo lleno de sorpresas y de contradicciones.

La cosa no es nueva. En la memoria cercana está la abdicación del duque de Windsor, allá por 1936, porque quiso casarse con su amada, la divorciada Wallis Simpson, de la que hablaba una de mis abuelas en tono poco agradable. Wallis le caía muy mal a las señoras de entonces. Era estirada, escueta y muy delgada, cosas bastante difíciles de perdonar. Y, según ellas, hizo lo que quiso con Eduardo, hasta el extremo de obligarlo a abdicar. Wallis era "la mala" de esta película.

Tampoco la princesa Margarita (a la que la gente conoce ahora por The Crown) tenía la intención de conformarse con ser la modosita segunda hija de la reina. No se tienen los ojos violeta impunemente. Después de sufrir amores contrariados, su vida pasó a formar parte de las portadas del corazón, que es lo peor que le puede pasar a una "royal". Famosos y casas reales han surtido y surten las páginas mejor maqueadas del paraíso revistil. Son otra cosa distinta a los mortales de sangre roja y dan mucho empaque y prestigio. Aunque no tengan un duro. Muchos presumen de desear convertirse en "personas normales". Tengo que decir que ser "personas normales" para estos privilegiados significa poseer todos los derechos y ninguna obligación. Justamente lo contrario de lo que somos las personas normales.

Y luego llegó Lady Di. Eso fue una especie de revolución que dejó atónita a medio mundo y que todavía tiene secuelas. Esos niños, por ejemplo, los hijos, a quienes todo el mundo compadecía en su entierro. Esas revelaciones matrimoniales, que ponían el vello de punta. Y las preguntas. Cómo era posible que Carlos prefiriese a Camilla (las mujeres en esto somos beligerantes y vamos las unas contra las otras). Cómo se produjo ese choque de trenes entre el romanticismo de una y la visión práctica del otro. Preguntas sin respuesta. Imágenes a miles por las revistas y por internet. El cambio físico de la princesa. Miradas atónitas. Antes de ella, quizá solo la princesa Soraya, la repudiada del Sha, había concitado tanto apoyo femenino, tanta sororidad.


La última novedad, el último terremoto, se centra en el matrimonio Meghan Markle y Harry, el hijo pequeño de Diana y Carlos. Harry es un chico pelirrojo y con aire tímido, que, dicen, sufre muchísimo con el acoso de la prensa a la que culpa, en cierto modo, del destino trágico de su madre. Es algo lógico y que podemos entender. Para casarse se ha buscado a una actriz americana de segunda fila, para más inri fruto de una unión interracial y, aunque parecía que todo iba sobre ruedas y que la gente estaba súper contenta con la pareja y con su hijito de meses, pues ahora todo se ha ido al traste.

En un tono convencional y, sobre todo, comercial, ambos han contado que no quieren seguir formando parte del engranaje de la "empresa". La "empresa" no es otra cosa que la propia familia real británica. Ellos quieren, parece ser, su propia "empresa". Dado que poseen títulos, casa y seguridad costeados tanto por la propia reina, por el príncipe Carlos y por el erario público, el pueblo (denominación que se usa siempre para señalar a los ciudadanos de un país cuando se les quiere elevar al rango de opinión relevante) está muy dividido sobre esa decisión. Primero dicen que debieron tomarla de acuerdo con la reina (al más puro "estilo Sánchez" la monarca no fue informada del tema); luego, que ya vale de querer vivir de los demás y ser, encima, independientes (lo que equivale a no rendir cuentas y a no dar un palo al agua). También se opina que vivir medio año en Canadá y otro medio en el Reino Unido suena a choteo. Y hay quien dice que un sustrato de racismo y de machismo y de clasismo sobrevuela la existencia de Meghan en el imperio. Pero esto no parece muy de fiar: todo tiene hoy un tufo a los mismos ismos, con perdón de las vanguardias históricas. El caso es que, de nuevo, la monarquía inglesa está en el alero. Y que se está escribiendo ya la serie de televisión sobre el caso. Megxit. Próximamente en Netflix. 


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