Cultivar la alegría


(Para Paco y Mary: ellos son Navidad)

Hay gente que ha decidido vivir la alegría. Que, como esas casas navideñas de las películas americanas, decoran cada momento con lo mejor que tienen. Existen penas, pero se guardan cuidadosamente. Existen lágrimas, pero se lloran en soledad. Existen miedos, pero se congelan en un lugar del Ártico, sin posibilidad de asomarse sin aviso. 

A cada instante, toman la decisión de elegir el momento más divertido, el abrazo más amigable, la voz más cálida, el sonido más lleno de voluntades abiertas. Son gente de luz, cuyo brillo no se oculta por la evidente efervescencia de los días de fiesta, sino que resplandece en ellos y transmiten esa sensación única de sentirse parte de la vida. 

Así las horas pasan en un vértigo de emociones que terminan alojándose en esa esquina del corazón en la que permanece lo que nunca pasa de moda, ni se pierde, ni se marchita. Hojas secas y árboles florecidos; paisajes de reminiscencias lunares y desiertos nevados, con el sol dorando los amaneceres. Huellas de momentos que cada uno guardará en el sitio reservado a lo que nunca se olvida. Así es esta gente y así se ofrecen a los demás en un rito continuo de cariño, amistad y afán generoso de compartir las gotas de agua transparente que la vida lanza en cada paso. 

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