Moda femenina en la época de Jane Austen



Jane Austen vivió entre 1775 y 1817, el período histórico conocido como “época georgiana”. Se dio la circunstancia de que, entre 1811 y 1820, precisamente el período en el que Austen publica sus novelas, el rey George III tuvo que ceder el trono al Príncipe de Gales, luego George IV. Ese período se conoce como “la Regencia”.

Los personajes de las novelas de Jane Austen visten de acuerdo con la “moda Regencia”. Era una moda que venía, como es natural, de Francia y que, cuando se cortaron los lazos entre ambos países, quedó desprovista de las innovaciones del país vecino, en una especie de prolongación artificial de las tendencias. 

En “Emma”, por ejemplo, novela que podemos tomar como referencia para ver el arreglo femenino, solamente hay cuatro alusiones al look de una mujer. La primera de ellas es la referida a los botines de cordones que Emma rompe adrede para obligar al señor Elton a que las invite, a ella y a Harriet, a entrar en la casa vicarial. Los botines o botas de cordones eran el zapato de exterior y solían ser prácticamente planos. Para la casa se usaba un zapato de satén, más delicado. 

La segunda alusión es mucho más indirecta. Harriet está mirando telas de muselina, con su acostumbrada indecisión a la hora de elegir, cuando se encuentra con el señor Martin en una tienda de Hartfield. Lo que interesa en la narración es la reacción de ambos, así que todo lo demás resulta secundario. Sin embargo, quizá esa dificultad de Harriet para elegir una tela sea una muestra palpable de lo mal que gestiona sus elecciones en todos los aspectos de la vida y cómo se deja llevar por el carácter fuerte de Emma. 


Por otro lado, en uno de los bailes a los que acude, Emma se felicita de ser la única mujer que lleva un collar de perlas, máximo signo de distinción entre las damas de la época. 

Y la flamante señora Elton, Augusta, alude a que acudirá con sombrilla (y una cesta en el brazo) a una excursión, en los dominios del señor Knightley, hecha con la intención de recoger fresas. 

Para recrear en nuestra imaginación los vestidos y complementos de las mujeres Austen tendremos que utilizar la pintura de la época, las ilustraciones realizadas para algunas ediciones de la novela y, sobre todo, las películas, tanto de cine como de televisión. En realidad han sido estas últimas las que han fijado el tipo físico de los personajes, sus atuendos, sus imágenes. Sin embargo esto tiene un peligro cierto: la confusión entre lo que los libros cuentan y lo que cuentan las películas  no siempre coincide. Porque Jane Austen no nos pone las cosas fáciles. Su fuente de inspiración y su interés está en la acción, en las conversaciones, en los hechos y en los pensamientos y formas de ser de esos personajes. Sabemos cómo son a través de la mirada de los otros.!

Los personajes de Jane Austen pertenecen a la “gentry”, la clase social que dominaba los countys y vivía en los enclaves de la Inglaterra rural. No viven en el West End de Londres, ni practican la equitación con su elegante ropa de montar en Hyde Park, ni adquieren sus vestidos o sus telas en las tiendas exclusivas de Regent Street o Bond Street. Estas personas habitan en pequeños pueblos, incluso en pueblos inventados por la propia Austen, que quería evitar así que se reconociera a sus personajes, probablemente extraídos de la observación de caracteres y tipos que le era tan querida. Jane Austen habla de lo que conoce, de lo que ella vive. 

Las heroínas Austen llevarían una ropa interior que era de todo menos sugerente. Una camisa fina de algodón y unos pantaloncillos de ese mismo tejido sobre el cuerpo para preservar el resto del atuendo. Y esto era todo. Después, el corsé y las enaguas. El corsé no tenía la función de ajustar el diámetro de la cintura (ah, nuestra Scarlett O ́Hara haciendo mil contorsiones mientras que la fiel Hattie la rodea con la cinta métrica), sino de realzar el pecho como hacen ahora los bustier. Probablemente esta es la zona de la anatomía femenina más lucida en la época. Dado que se llevaba la cintura muy alta, el llamado “estilo Imperio”, los grandes escotes, cuadrados o redondos, ofrecían una visión completa del seno de las mujeres. Solamente un fino pañuelo de encaje lo cubría en las horas del día, pero, en la noche o en las fiestas, el encaje volaba y la piel aparecía en todo su esplendor. 

Las enaguas eran fundamentales. Algunas mujeres se ponían solamente una enagua, con lo que, al ser los vestidos de muselina, tela finísima donde las haya, estos se pegaban al cuerpo, produciendo una sensación bastante...insinuante... y demasiados resfriados. De muselina se hacían, además de los vestidos, los delantales, los pañuelos o los velos. Hasta cinco enaguas podían llevarse, dependiendo ya del recato que quisiera observar la dama. Incluso se registran casos de señoritas, algo ligeras, que...!!! no se ponían enaguas !!!. Luego estaban las medias, por encima de las rodillas o en los muslos, ajustadas con ligas. Las medias eran de seda o de algodón, blancas lisas o bordadas. No había llegado todavía el mágico momento del nylon, ni, por supuesto, de los pantys. 

En cuanto a los vestidos, los había de mañana, de tarde, de noche y de fiesta. Las señoritas de buena posición, como Emma, se cambiaban de ropa varias veces al día. No hacían lo mismo otras señoritas y señoras que aparecen en los libros de Austen porque sus medios económicos eran menores y tenían menos vida social. Los vestidos eran de manga corta o larga, con diseño farol en la zona de los hombros. A veces se colocaba una Spencer, ajustada sobre el vestido, sin mangas a modo de chalecos o con mangas cortas o largas. En otras ocasiones usaba abrigos, ajustados y largos. Otra serie de accesorios textiles aparecen para determinados momentos del día, como capas, chales, encajes, esclavinas, mantos, peregrinas...

En el momento social por excelencia, el baile, el vestido es de colores pastel (celeste, rosa, malva, champán, vainilla, lavanda) o, incluso, blanco. La elección del vestido de noche es muy importante, pues ha de lograr que se distinga a la mujer con claridad en un baile únicamente iluminado con velas. Emma, al tener una buena posición social y medios económicos, llevaba adornos de perlas, así como vestidos de crujiente seda, capas de terciopelo e, incluso, recordemos, su carruaje estaba forrado de piel, haciendo las delicias del señor Elton en uno de sus viajes a la casa de Weston. Las mujeres usaban una gran variedad de complementos: guantes de gamuza beige del modelo York Tan, amplios chales de Cachemira, pendientes, broches, adornos para el cabello, sombreros, parasoles o sombrillas, abanicos, carteras, bolsos de mano...

El tema de los sombreros resulta encantador. Podían ser de paja, seda, terciopelo, piel de castor, muselina o paño. Había sombreros decorados con flores artificiales, con cintas, con frutas. Una mujer se sentía más segura de sí misma cuando iba con un buen sombrero. Eso marcaba la diferencia. Por supuesto, el pelo siempre se llevaba recogido, con una especie de moño bajo, en ocasiones o elevado hacia arriba con diadema de flores o de joyería, en los momentos de más vestir. El pelo suelto, lo que llamamos melena, no haría su entrada en la vida de la calle hasta muchísimo tiempo después. En estos momentos, la mujer solamente desplegaba su pelo en la intimidad de la alcoba. Y el sombrero, a la par de adornar y proteger del sol, tenía la virtualidad de cubrir el cabello sin que hubiera que lavarlo a menudo. Ya sabemos que la cuestión higiénica aún resultaba dudosa, de ahí la proliferación de perfumes de fuerte olor. 

La blancura de la piel, tan cotizada y que diferenciaba a las que trabajaban al aire libre y a las mujeres de buena familia, se preservaba con los parasoles o sombrillas, que se encargaban a juego con el vestido y con los guantes, estos largos o cortos, y con los abanicos. Por último, estaban las carteras y los bolsos, hechos de tul, seda o crochet, la mayoría circulares y muy pequeños, aunque suficientes para guardar el abanico, el pañuelo y un perfume. 


Toda esta indumentaria femenina se completaba con el maquillaje de polvos de arroz, que aún hacía la piel más blanca y el rouge de los labios, pintados en forma de corazón. Si observamos el maquillaje de Lizzy Bennett en la versión de la BBC de “Orgullo y Prejuicio” (1995), probablemente la mejor adaptación de una obra de Austen al audiovisual, vemos con toda claridad el arreglo facial característico de la época en las mujeres elegantes, jóvenes y discretas. 

(Imágenes: Jennifer Ehle en el papel de Elizabeth Bennet, en "Orgullo y Prejuicio", versión de la BBC, de 1995) 

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