Una casa en Navidad


Me gustan las películas sobre Papá Noel. Las películas navideñas, las americanas, esas en las que aparece Santa bajando por la chimenea, o en la calle, cantando canciones y haciendo sus ruidos característicos. Soy una enamorada de Santa Claus, me resulta un tipo simpático, bonachón y lleno de buenas intenciones. Y las casas americanas me chiflan. Esa estruendosa decoración exterior e interior, llena de campanitas, luces, muérdago, muñecos, lazos...Hortera, hortera, pero entrañable. 

En todas esas películas y supongo que en la vida real de los americanos de Estados Unidos, la gente adorna sus casas y nadie se lleva las bolas. Nadie les quita los adornos ni los lazos. Deje usted aquí, en España, un decorado así al exterior y verá cuánto tardan en aparecer los amiguitos de lo ajeno para embolsarse lo que sea. Con decir que en esos sitios ni siquiera hay vallas, ni puertas de seguridad. Eso es algo que me escama. Tienen varias puertas y todas endebles, como las de la cocina, que les das un empujón y ceden al momento. Recuerda, si no, "Solo en casa", con esos ladrones tan torpes que quieren acceder a la vivienda y se encuentran con el maldito niño hecho un Rambo doméstico. Pues la puerta de la cocina es un asco de mala, todos nos colaríamos por ahí sin que nada ofreciera resistencia. 

Volviendo a los adornos navideños, hubo un tiempo en que yo también participaba de ese rito. Por ahí anda un nacimiento con todos sus avíos, guardado en una caja que nadie abre desde hace algunos años. Y también un par de árboles de plástico, y cajas con bolas de todos los colores, porque cada año lo montaba según la tendencia que se me iba ocurriendo. Azul y plata, rojo y dorado, violeta y amarillo, multicolor, blanco nevado, en fin, un gasto de accesorios y un trabajo horroroso para que la casa luciera como debía. Y antes de eso en la casa de mi infancia, mi madre colgaba muérdago y luces, colocaba el belén, el árbol, los regalos, los calcetines, unos centros de piñas decoradas, en fin, hacía de todo por crear hogar en los días navideños. 

Nada de esto me importa ahora. No tengo ningún adorno en esta casa. Es una casa en la que la Navidad no se nota. Ni siquiera el Niño Dios anda por aquí, aunque lo echo de menos. Nada. Ni luces, ni muérdago, ni árboles, ni sonidos, ni música, nada. Es una casa por la que la Navidad ya no cruza, ya no se aposenta, ya no se acerca. Nadie la echa de menos. Y así los días serán solo vacaciones. Días de nostalgias imposibles y de sueños perdidos. 

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