Leer es sexy


Hay quien piensa que las mujeres que leen son peligrosas. Incluso hay quien lo ha dejado escrito. Leer es igual que pensar y el pensamiento es libre. Todavía existen reticencias hacia las mujeres que piensan. Y está la dicotomía belleza-intelecto. Bien, no entremos en eso. Cada cual es muy dueño (o dueña) de aplicarse el cuento como quiera. El ejemplo manido de la pareja entre Arthur Miller y Marilyn Monroe ha aventado este sistema dual que jerarquiza el físico en la mujer y el cerebro en el hombre a modo de complemento inequívoco. No conozco casos en los que sea al revés. Si lo fuera, tendría que haberme tocado ya un buen número de parejas entre los hombres más guapos del mundo. Y no se ha dado el caso, al menos, el caso de que fueran bellos sin alma. 

La lectura no es un "adorno" femenino tradicional como lo era la costura, el piano, el baile o la cocina. Entre las maravillas que las mujeres de antes podían hacer con su persona y su tiempo libre (suponiendo que lo tuvieran) no estaba leer. Leer era, más bien, una extravagancia. Un hábito burgués, además. Consumir el dorado tiempo de la juventud con la cabeza metida en papeles, viviendo una existencia ajena que nunca te estará dada a vivir, parece tontería. Cuánto mejor el andurreo, el callejeo, el barzoneo incluso (como la máxima expresión de andar sin rumbo, ad libitum) que la complacencia literaria en soledad. Esa es la cuestión, me temo. La lectura es un ejercicio solitario y a nosotras, quizá, solo quizá, eso de estar solas tanto tiempo como que nos ha dado alergia. Lo mismo que estar en silencio. La mujer no está hecha para callar. 

He conocido chicos a los que horrorizaba mi pretensión de comentar los libros. Con ellos poco ha habido que hacer, incluso aunque fueran Adonis. También están los otros, aquellos con los que compartes autores, comentas textos y recitas poemas al alimón. Ah, eso sí, eso es la vida. Ese momento inefable en el que reconoces unos versos que tú misma has pronunciado en ocasiones y que resulta, oh feliz coincidencia, que hay alguien que también ha transitado antes que tú. 

Ahora está de moda decir que leer es sexy. Bah. Es un reclamo, desde luego, pero no una condición del acto de leer. La lectura sigue siendo lo que era. Una tarea difícil, dura, solitaria y llena de momentos contradictorios. Sobre todo, algo personal, algo que solamente haces tú con el libro, que no puede traspasarse a otro contexto sino a ese único y exclusivo momento en que las palabras llegan a ti y tú las recibes. Algo que, por otra parte, no se escoge. Es como el amor. Te llega, lo sientes, lo vives, esto último si hay suerte. Existe, de todas formas. 

Puede que lo de sexy esté bien traído si consideramos que la lectura es algo íntimo. Y lo sexy es íntimo o debería serlo. A veces me he preguntado si esas horas de lectura callada y solitaria podrían cambiarse por algo más práctico, productivo o lleno de emoción. Y, os aseguro, he hallado una respuesta. Solamente hay algo que convertiría para mí en secundario el acto de leer. Pero eso no voy a contarlo aquí, por supuesto. 


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