Mamá soy yo


(Madre e hijo pequeño. Mary Cassatt. 1844-1926)

Recibo desde hace algunos días toda suerte de publicidad acerca del Día de la Madre. En esos folletos que Internet trae a mi correo electrónico, sin que yo sepa a santo de qué las empresas, tiendas y marcas comerciales me tienen en su base de datos, se ofrece la oportunidad de comprar lo que ellos llaman con toda confianza "regalos para mamá". Como me conocen mejor que yo misma, aciertan siempre en las propuestas, porque Internet les ha lanzado a los ordenadores de los que hacen el marketing tal cantidad de datos sobre mí, que soy un folio en blanco sin dudarlo. 

Cuando mi hijo era pequeño siempre traía algo del colegio, un dibujo normalmente a medias, con flores y con casas de tejados rojos, que tenían escrito, con su letra irregular y de trazos grandes, algo así como una leyenda de la festividad. Quería a mamá de todos modos. Antes de eso, cuando era yo quien inventaba regalos para mi propia madre, tengo en la memoria algunos collares hechos artesanalmente, con cuentas de colores de esas que vendían en cajas de plástico y que ensartaba en hilos de plástico para convertirlos en suntuosas joyas que mi madre recibía con una sonrisa que, ahora que lo pienso, tenían un pequeño matiz de maternal ironía. 

Ahora que ya no recibo dibujo alguno porque los hijos están a otra cosa y que no invento colgantes ni pulseras ni otros adornos para mi madre, he dado en pensar que lo que hacen las casas comerciales es tenderme un señuelo. Quieren que recuerde que yo soy la mamá y que merezco el descanso del guerrero en medio de tanta incertidumbre y que debo, sin dudarlo, hacerme un autorregalo que levante polvaredas de alegría dentro del cubo del agua fría que ya describió Françoise Sagan, cuando mencionaba un rayo de sol que no era el rayo de luz de Marisol. No sé si me entendéis. 

Creo que les haré caso y algo caerá. No está mal la idea. De tanto recordarte que debes comprar algo por el Día de la Madre he adquirido la total certeza de que tienen toda la razón y no puedo darles con la puerta en la nariz. Si es que, ya lo he dicho otras veces, mi falta de personalidad se une a mi ayuna voluntad para negarme a él. Siempre lo escribo: Si tú me dices ven, lo dejo todo. 

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