Naranja y madrugada

¿Calor? Más de cuarenta grados. Las noches apenas refrescaban. Era un auténtico infierno ese verano allá, en un pueblo cercano a Sierra Morena, justo en la carretera de Andalucía, la que va de Cádiz a Madrid. 

¿Calor? Tanto que las primas andaban todo el día en bikini. Una de ellas lo llevaba azul cobalto y la otra verde esmeralda. Una morena y otra rubia, como la canción de la zarzuela. Tantísimo calor hacía que se lanzaran a refrescarse en cuanto tenían ocasión. 

¿Calor? Por supuesto. Pero la diversión es la diversión. Y tener dieciocho años no es cosa de poca importancia. Así que las fiestas, los bailes y las ferias eran su ocupación principal las noches de ese verano feliz, tan cuajado de amigos y de risas. 

¿Calor? Al mediodía, después de dar una vuelta por dos o tres bares del pueblo (más bien ciudad, ya os digo), la prima rubia sintió que se había pasado de rosca por primera (y única) vez en su vida. Vamos, que el vinito servido en esos vasos minúsculos que llevan la tapa incluida se le había subido a la cabeza. 

Aquello era una tragedia. Porque esa noche, precisamente, en un pueblo cercano comenzaba la feria y era un feria que se presumía muy animada y, además, las primas no iban solas, sino acompañadas por dos chicos que les gustaban tela. Dos hermanos, morenos, guapos y estudiantes en Granada. El mayor, para la prima morena y el menor, para la rubia, atendiendo a sus edades respectivas. Pero, ay, qué mala suerte, la cosa pintaba mal, muy mal, porque las horas pasaban y la maldita sensación de borrachera no se disipaba ni a tiros. Qué contratiempo, pensaban. Qué desastre. El teléfono no dejaba de sonar. Los hermanos preguntaban por las primas. Y la prima morena, que era la que no estaba afectada por los molestos estragos del mareo, pues no sabía qué decir, salvo que la rubia lo estaba pasando mal, pero mal...

¿Calor? A las doce de la noche se obró el milagro. La cabeza se despejó, llegó la sanadora ducha y, del armario, salió un vestido floreado, con las mangas al codo, con la cintura un poco alta, con mucho vuelo y con un escote respetable. Las flores eran anaranjadas y quedaban perfectas con el color dorado de la piel de la prima rubia. Era un vestido preparado para triunfar, para ir a la feria con aquel chico moreno tan guapo y pasarlo de fábula. La naturaleza siguió su curso, el mal rato pasó y las primas, subrepticiamente y sin que nadie en la casa las oyera, salieron de la casa por la puerta de servicio, se subieron al coche de los hermanos (un Wolswagen cucaracha verde pálido) y allá que se fueron al pueblo cercano. A la feria, a disfrutar la noche, el aire fresco de la Sierra, la juventud, la vida. 

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